Es de noche y todo está oscuro en la habitación. De pronto un extraño sonido, semejante al de los dedos tamborileando sobre la mesa, irrumpe el silencio. Asustado, te sientas sobre la cama e intentas descubrir de donde proviene. Se detuvo. Vuelves a recostarte con la certeza de que sólo fue tu imaginación, pero poco después el ruido comienza de nuevo. Sin pensarlo te paras de la cama y enciendes la luz. Ahí está. De su enorme y roja cabeza un par de negros ojos te miran fijamente. Un espantoso ‘cara de niño’ se coló a tu cuarto, y de golpe todas las historias que en la infancia te contaron sobre estos animales se amontonan en tu mente: una cruza horrible entre araña, escorpión y hormiga que solo espera un pretexto para atacar e inyectarte su letal veneno. Recuerdas la historia de la niña a la que uno de estos diablos le arrancó las mejillas mientras dormía. De cuando tu tío, tras bañar en alcohol a uno y prenderle fuego, escucho que chillaba como si fuera un niño. También de lo mucho que te asustaba la idea de encontrarte frente a frente a este insecto con rostro de recién nacido, y que la advertencia de la abuela era que si apreciabas tu vida debías alejarte de él lo antes posible...
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